El cuerpo como lugar de prácticas artísticas

"Escribimos sobre el cuerpo y el tiempo nos marca indeleblemente, haciendo de nuestra piel el pergamino en el que se resume nuestra vida. Es una escritura

cargada de memoria, absolutamente simbólica y que sólo se descifra desde la primera persona, monólogos que conforman un libro que es nuestra biografía".


ROSA OLIVARES

martes, 14 de junio de 2011

Performance - Identidad - Vestimenta

La creación de la Womanhouse en 1972 se convirtió en una forma feminista de expresión crítica donde principalmente mujer y performance se convertían en el eje central del proyecto. Rechazaban la estética formalista que imperaba en el contexto de los setenta dejando a un lado las cuestiones técnicas tan defendidas en las teorías greenberianas y daban protagonismo al contenido de la obra, el mensaje en sí mismo era la causa principal de las acciones. Conceptos como cocina, casa, tradición, violencia sexual, maternidad o menstruación eran algunos de los cimientos que sustentaban el hogar
Cabe destacar la archiconocida performance de Faith Wilding titulada Waiting (1972), sentada, pasiva, con la mirada perdida, fue una de las acciones más celebradas en la que la artista aglutina aquellas facetas de la espera que siempre se han asociado a la mujer. Las artistas que han trabajado con su cuerpo han abordado maneras diferentes como vestirse, desvertise, ocultarse o disfrazarse para reivindicar su lugar dentro de la sociedad. El desnudo, desvestirse, es una de las armas utilizadas por las pioneras de las performance feministas. Hablar de desnudo y feminismo supone hablar de Carolee Shneemann quien en 1975 representó la pieza titulada Interior Scroll en la que aparecía completamente desnuda con el cuerpo pintado mientras extraía de su vagina un enorme rollo de papel en el que había escrito un texto, en él ironizaba sobre los procedimientos que marcaban las actividades consideradas socialmente femeninas. La preocupación por el cuerpo y su reconceptualización unido a las teorías feministas, hizo que muchas artistas se desvistieran a la hora de realizar sus acciones. Junto a la conocida acción de Carolee Sheneemann, encontramos a Marina Abramovic, quien se denomina a sí misma “abuela de la performance”, junto a Ulay en Imponderabilia (1977) se dedicaron a explorar las relaciones interpersonales y en particular, las derivadas de la diferenciación sexual. Ana Mendieta en Tied-Up woman (1973) se siente presa de su propio cuerpo. Unos años antes Shigeko Kubota parodia a Jackson Pollock y crea su propia “actionpainting” titulada Vagina painting (1965).
Aunque estamos hablando de performance quiero hacer un hueco a la fotografía. La fotografía y el cuerpo desnudo ha sido utilizado también por la artista Mary Duffy quien se encara a él para cuestionar ideas en torno al género y la discapacidad. En la primera de las fotografías que suman un total de ocho, muestra una figura de pie envuelta completamente por una tela blanca; en la siguiente secuencia aparece una figura de mujer desnuda a la que poco a poco le van cayendo las envolturas, hasta que al final se ve el cuerpo de la artista, quien padece una minusvalía y no tiene brazos. También desde la fotografía y el autorretrato la artista Matuschka comenzó su carrera documentando su cuerpo desnudo. Tras sufrir una enfermedad como el cáncer de mama que a día de hoy se ha convertido en un estigma para muchas mujeres, su cuerpo se transformó, cambió y quiso enseñarlo al mundo. Valiéndose como Mary Duffy de una transformación en su propio cuerpo en Beauty out of Damage lo utiliza como protesta en un mundo en el que los senos femeninos se han convertido en objeto de deseo, siendo ésta una de las lecturas que podemos realizar sobre ésta fotografía nominada a los Pulitzer en 1993. En ésta línea tenemos que hablar de Alison Lapper quien utiliza su cuerpo desnudo como sujeto. Con influencias de la Venus de Milo, Alison crítica en su obra la belleza idealizada y la dificultad de vivir en un mundo tan superficial como el nuestro; pinta, esculpe, fotografía, siempre usando como soporte su cuerpo. Éstas mujeres muestran sus cuerpos “dañados” en un mundo en el que lo diferente sigue siendo objeto de discriminación.
Como hemos visto en las performances de las pioneras feministas el cuerpo femenino es el protagonista, el centro alrededor del cual gira la acción performativa con un discurso hegemónico sobre feminidad y masculinidad y la reivindicación del cuerpo femenino como no-objeto frente a la mirada masculina. A partir de ese momento las nociones sobre género e identidad comienzan a cambiar, una de las teóricas que anunciará la necesidad de replantearse las categorías de identidad será Judith Butler. Y es que hasta entonces hablábamos de mujer como sujeto único, común a todas las féminas, “La creencia política de que debe haber una base universal para el feminismo, y de que puede fundarse en una identidad que aparentemente existe en todas las culturas, a menudo va unida a la idea de que la opresión de las mujeres posee alguna forma hegemónica del patriarcado o de la dominación masculina” y continúa, “La idea de un patriarcado universal ha recibido numerosas críticas en años recientes porque no tiene en cuenta el funcionamiento de la opresión de género en los contextos culturales
concretos en los que se produce”. El término mujeres dentro de las políticas feministas, dejaba a un lado a aquellas que no se sentían identificadas con lo que éstas proclamaban es decir, es un concepto excluyente. Por estas razones Butler piensa que es el momento de preconcebir una nueva política feminista en la que existe el concepto de coalición; “La política de coalición no exige ni una categoría ampliada de <<mujeres>> ni una identidad internamente múltiple que describa su complejidad de manera inmediata”. Junto a las nuevas críticas y la proliferación de exposiciones durante la Postmodernidad, los discursos sobre feminidad y masculinidad comienzan a erosionarse debido al nacimiento de los estudios culturales y de género, salen a la luz nuevos aspectos que moldean la identidad de cada uno de nosotros; la situación social, económica, la religión y las discriminaciones de orden étnico y racial. Así encontramos en el contexto de los años noventa nuevas acciones que no centran tanto su atención en la mujer como concepto sino en todos aquellos problemas que rodean a las mujeres; la sexualidad, violaciones, estereotipos, prostitución, pornografía, los problemas raciales o el maltrato.
Para Annie Sprinkle, el cuerpo es un lugar esencial en el que anunciar su denominado “activismo porno feminista”, en sus performances se presenta como objeto sexual definido reforzado por su sexualidad. Dentro del feminismo encontramos posturas enfrentadas y son muchas las feministas que van en contra de acciones como las que
[2] Annie Sprinkle, Public Cervix Announcement, 1990.
realiza esta artista pues se relaciona con el porno; una industria que explota y que reduce a la mujer a un simple objeto de consumo rápido. En su acción titulada Public Cervix Announcement (1990-93) invita a los espectadores a observar el cuello de su útero con un speculum.
Nos presenta en forma de parodia la
verdad del sexo y es a través de esta performance donde critica al consumidor silencioso y a los moralistas, haciéndonos ver
debido a que hay muchísima gente que lo consume.
Encontramos otras acciones en la que artistas comprometidas con la política utilizan la atracción que ejerce su cuerpo desnudo para denunciar las dificultades de vivir en territorios gobernados por la violencia, tal es el caso de Lorena Wolffer. Es una performancera comprometida con las contrariedades que se viven diariamente en su país, un país en el que gobierna el narcotráfico que a su vez es movido por la mano de los consumidores norteamericanos. En su performance titulada Territorio mexicano (1997) una voz en off nos informa “peligro, peligro, se está usted acercando a territorio norteamericano”,la artista aparece completamente desnuda y atada a una mesa. Sobre ella hay una bolsa de suero llena de sangre que gotea sobre su vientre durante
cerca de cuatro horas. De esta forma crea una metáfora clara, su cuerpo se ha convertido en el territorio mexicano. En sus palabras; “El hilo conductor de mi obra ha sido la transformación del cuerpo femenino en un sitio desde el cual es posible abordar y comentar fenómenos sociales y políticos. Es decir, reconstruyo mi propio cuerpo como un vehículo metafórico de información codificada”. Siguiendo en el contexto mexicano nos encontramos con Ema Villanueva, una artista que no deja indiferente a nadie puesto que sus performances se escapan de los marcos tradicionales de representación en galerías “clásicas” y toman posesión de las calles utilizando el atractivo de su cuerpo como reclamo para denunciar determinadas situaciones adversas, y enfrentándose al espectador que pasa a ser partícipe de sus denuncias. Su arte habla de desaparecidos políticos, de la dignidad o de los abusos
sexuales.
La cuestión de la indumentaria será atacada por el arte feminista, no solo recibirá críticas aquellas prendas que se habían convertido en un sinvivir para las mujeres, como el corsé, sino que se centrarán en la concepción metafórica del cuerpo femenino como objeto o maniquí donde el hombre construye sus deseos y fantasías masculinas. Las abanderadas de un arte femenino utilizaron el vestido como un símbolo que entraría dentro del universo de las mujeres, incluyendo las telas, los fetiches o la nostalgia. La denuncia a la conflictiva relación entre la identificación de la mujer como maniquí lo encontramos en la obra de la italiana Vanessa Beecroft, un grupo de mujeres posa inmóviles distribuidas por la sala, las modelos se convierten en objetos contemplados por el espectador. Las mujeres que posan en la obra de Beecroft son seleccionadas bajo un mismo criterio, responden al prototipo ideal que la moda actual reivindica; altas, delgadas y blancas, mujeres que en su mayoría son utilizadas como percheros en las pasarelas, esas que crean un canon común bajo el cual nos tenemos que regir todas. Sus performances llevan a la reflexión, a indagar en nuestra sociedad, nos hace ver cómo los clichés anulan la identidad de las personas al colocar a sus modelos “uniformadas” con bragas y sujetadores color negro. Las satíricas performances de la italiana, nos recuerdan a la brutalidad con la que uno de los iniciadores del pop-art británico, Allen Jones, presentaba a la mujer como fuente libidinosa y objeto fetichista, tales creaciones no se salvaron de la crítica. En una sociedad que alababa la llegada de objetos de consumo, la mujer sería uno de los más destacados, para ella iban destinados los productos del hogar y era el centro de la
belleza.
Alicia Framis es una artista española que utiliza el arte como herramienta de denuncia, en sus performances habla de violación, inseguridad, racismo o de la explotación infantil. Una reflexión sobre la violación de las mujeres se refleja en su conocida performance Anti-dog, en la que utiliza vestidos para reflexionar sobre una lacra social que no cesa, la violencia contra la mujer.
Su obra consiste en una colección de vestidos diseñados por modistas consagrados realizados con tejido anti-bala, ignífugo y resistente al ataque de un perro (solución para la aparición de un violador). La artista es consciente de la
influencia que tiene la moda en la vida actual y por ello utiliza el vestido, igual de ésta manera su reflexiva obra llega a un mayor número de gente. Anti-dog consistió en la creación de veintitrés vestidos amarillos que llevan impresos frases como: “Belleza contra puños”, “Moda anti-bala” o “Solo eres bueno para follar”.
El amor es el punto de partida de la performance titula Lecho rojo de la artista brasileña Beth Moysés, por todos es sabido que el color blanco representa la pureza, aporta confort y alivia la sensación de desespero. El rojo es pasión, sangre y fuerza. Lecho rojo
también es blanco y es que en la acción aparecen una serie de mujeres ataviadas de blanco y se colocan en círculo, en el centro encontramos dispuesta una pasta de pintalabios color rojo con la que interactúan las mujeres. Se trata de una performance feminista-terapeútica-
transformadora que va acompañada de la música Himalayan flight-The Overtone Choir, la que dice ser activadora del chacra del corazón. En el transcurso de la acción cada una de ellas va esculpiendo figuras en forma de corazón estableciendo una relación de ternura, también se untan la pasta por sus cuerpos de manera sensual en algunos casos y de forma violenta en otros. Sus memorias han de conectarse con aquellos seres a los que han amado y odiado. La performance está cargada de simbolismo, la vestimenta nos lleva al día de la boda, ese día que para todas tendría que ser un momento feliz en nuestras vidas y que sin embargo en muchas ocasiones se convierte en un
“encarcelamiento” en lo doméstico.
La relación de la indumentaria con la identidad tiene lugar con el nacimiento de las grandes urbes durante el siglo XIX, el contacto entre tanta gente ajena dio pie a que la única manera de identificarse unos a otros fuera por medio de las ropas que llevaban. Tendemos a analizar a los otros según lo que lleven puesto, la ropa forma parte de la confección de nuestra identidad y es por ello que muchos la han definido como nuestra segunda piel. Como describe Juan Antonio Ramírez, “la ropa se adhiere al cuerpo y es, por ende, su doble y su metáfora. Habla elocuentemente de aquello que envuelve pero
también sirve para eludirlo o escamotearlo”. El vestido, la indumentaria o los complementos con los que cubrimos nuestro cuerpo o los artilugios que nos decoran son formas de relacionarnos con el mundo por lo que podemos afirmar que vestir se convierte en un lenguaje. En muchas ocasiones los artistas han utilizado prendas asociadas al vestuario para trabajar diferentes perspectivas, feminismo, denuncia e identidad son los presupuestos que mejor definen las prácticas artísticas de los últimos tiempos. Es en el arte contemporáneo donde se comienzan a utilizar técnicas artísticas menospreciadas hasta los años setenta como la confección y la utilización de telas. Haré un breve repaso por aquellas artistas que han fijado su atención en la confección de vestidos como lenguaje artístico detrás de los cuales se exponen denuncias, críticas o sentimientos que a nadie dejan impasible.
Rosamarie Torckel se pregunta qué puede hacer ella dentro de un mundo donde la masculinidad es lo que predomina, comienza a utilizar técnicas normalmente relacionadas con la mujer como tricotar. Crea vestidos en los que expone ideas que se asocian con la mujer como las características que posee
la lana de los iconos representados en el vestido; pura y virgen. En otras ocasiones los trabajos de Trockel se centran claramente en presupuestos e iconografía machista como el logotipo del conejito Playboy, criticando la exposición de la mujer como objeto de deseo masculino.
Como podemos observar su obra se centra principalmente en desvirtuar los arquetipos relacionados con el mundo del consumo, lo doméstico y lo femenino vinculado a una construcción social equívoca.
Al estilo de Trockel, Beverly Semmes crea vestidos en ausencia del cuerpo femenino, su conocido Vestido rojo está realizado en terciopelo y se extiende a lo largo de la sala en impresionante por su color y su forma que nos invita a componer nuestros propios la que se encuentra expuesto. Relatos sobre el cuerpo que podría habitar en él, el color rojo se relaciona con la pasión pero en este caso podemos pensar que hace alusión a la menstruación al escenificar la cola del vestido como un río extenso.
Nazaret Pacheco crea vestidos confeccionados con materiales que duelen tan solo con mirarlos, utiliza artilugios como las cuchillas de afeitar o las agujas. Son expuestos como si estuvieran en una tienda de última moda y atraen la atención de cualquiera que los contemple, sin embargo al aproximarnos a ellos percibiremos la agresividad que envuelve a su obra. La belleza unida al dolor nos remiten a frases como “para estar guapa hay que sufrir” en sentido metafórico. No sólo aluden al hecho de que la belleza en nuestra sociedad se ha convertido en una especie de sacrificio sino que también encierra un significado relacionado con el desempeño de un único rol, el de estar siempre bella. La moda ha contribuido a la anulación de la personalidad individual, ninguna mujer es igual a otra del mismo modo que un hombre es muy diferente a otro, las anatomías de cada uno de nosotros están bien diferenciadas pero hoy por hoy, el bombardeó de imágenes sobre todo en los marcos publicitarios iguala a cada uno de los sujetos carentes de identidad individual.
Es difícil definir con claridad cada una de las acciones, creaciones, diseños o performances que hemos visto, pero sí podemos hablar de un denominador común; todas ellas utilizan el cuerpo femenino tanto ausente como presente para reivindicar, señalar o criticar diferentes actitudes, concepciones y posiciones que hasta entonces pertenecían al mundo de los masculino. La utilización de la vestimenta como reclamo es una manera más de reivindicar una posición en el mundo del arte, al fin y al cabo la indumentaria es aquel lugar donde el cuerpo habita. Las artistas aquí mencionadas son sólo un ápice de una lista innumerable de mujeres han hecho del cuerpo su propio campo de batalla.

martes, 24 de mayo de 2011

Pero, ¿dónde empezó todo?

Esta tradición performativa no está por tanto en filiación con la tradición de vanguardias europeas de principios del siglo 20, sino más bien con la tradición política abierta por las luchas de minorías en Estados Unidos a partir del movimiento Civil Rights. Las políticas performativas feministas de finales de los 60,a diferencia de la imagen clásica del feminismo americano,se caracterizan por ser radicalmente políticas “incorrectas”, por hacer una utilización extrema de los recursos identitarios del margen. Una de las primera cristalizaciones mediáticas del activismo feminista en Estados Unidos se llevará a cabo en la parodia del concurso de Miss América en Atlantic City en 1968, en la que una pequeña multitud acabará quemando los sujetadores y los tacones (prótesis de regulación del cuerpo femenino) en una Freedom Trash Can, un cubo de basura de la libertad. La acción, grabada no sólo por algunas cámaras de participantes, sino también por la televisión americana, será retransmitida internacionalmente.

Es así como la quema de sujetadores tomará el carácter de rito iniciático de formación de un conjunto de movimientos feministas en Europa y en América Latina. El mismo año, el grupo feminista de guerrilla WITCH (Women’s International Terrorist Conspiracy from Hell) organizará un “comité de brujas, hadas y guerreras” para echar el mal de ojo a los todopoderosos caballeros de la zona de Wall Street. Las Guerrilla Girls serán años más tarde las herederas directas de esta tradición performativa.Pero la contestación feminista a través de la performance se organizará también como una crítica de los espacios de producción y transmisión de los saberes y de las prácticas artísticas, especialmente en las Facultades de Bellas Artes de la costa oeste de Estados Unidos. En 1969, Judy Chicago demanda a Fresno State College (hoy California State University, Fresno) la creación de un programa de estudio de arte feminista, como reacción frente a la exclusión institucional de las mujeres en el circuito de producción y exhibición de arte. Curiosamente, el primer curso de feminismo organizado por Chicago tendrá lugar en la cocina de su propia casa, por lo que recibirá el nombre de Kitchen consciousness group.En este trabajo colectivo, la performance aparece como un momento en un proceso más largo que Kathie Sarachild había denominado “toma de conciencia”, llevando Hegel hasta terrenos domésticos insospechados. Se trata de un método de distribución horizontal y homogénea de la palabra en el que a través del habla, de la escucha y de acción performativa, se construye una narración autobiográfica colectiva y política. En este proceso, la performance aparece como teatralización de las narraciones, y más en particular de los roles de género, de clase y de raza que aparecen en
7ellas. El resultado de este proceso de agenciamiento performativo no es otro que la producción/invención del sujeto político del feminismo.
El primer proyecto producido por el Programa Feminista, Cunt Art (arte del coño), tratará de reapropiarse de la nominación abyecta de la sexualidad femenina para hacer de ella el lugar de una reivindicación política y estética. Esta estrategia de resignificación lingüística, que más tarde Judith Butler denominará “inversión performativa de la injuria”13, aparece como uno de los ejes de continuidad entre el feminismo radical y las políticas queer. En 1971, Judy Chicago y Miriam Shapiro inician un Programa de Arte Feminista en CalArts, California Institute of the Arts. CalArts va a conceder al programa una instalación fuera del campus universitario, en una casa en el distrito urbano de Los Angeles, en Mariposa Street. Definitivamente el programa, pasando de la cocina de Chicago a un nuevo entorno doméstico, parecía poner en cuestión no sólo la arquitectura del saber sino la propia arquitectura institucional. Durante seis semanas un grupo de dieciséis mujeres viven y trabajan en el espacio cerrado de la Woman House Project, transformando integralmente cada una de las diecisiete habitaciones de la casa. Prevalece la crítica del espacio doméstico como una extensión del cuerpo femenino, y de las instituciones matrimoniales y sexuales como regímenes de encerramiento y disciplina. Así por ejemplo, la cocina pintada enteramente de rosa y tapizada de huevos fritos que se convierten progresivamente en senos dará lugar a la pieza From eggs to breast (realizada por Vicki Hodgetts),en la que se pone de manifiesto la relación entre el seno y la cocina como cuerpo-espacio nutricio. Son numerosas las performances que surgirán del trabajo colectivo de toma de conciencia.  En Scrubbing, Chris Rush limpia el suelo del salón en tiempo real... Aquí la performance aparece como un proceso de repetición regulado a través del que se produce y se normaliza el género. Se trata, como hará más tarde en solitario Martha Rosler en su mítica Semiotics of the Kitchen, de poner en evidencia las técnicas de regulación del cuerpo doméstico: la temporalización y la espacialización del gesto a través de la adecuación del cuerpo al instrumento doméstico. Sandy Orgel, mostrará bien en su pieza Linen Closet, hibridación de un cuerpo femenino y de un armario de sábanas planchadas, que el producto de la repetición de la acción doméstica (lavar, planchar, etc.) no es otro que la feminidad misma. El cuerpo femenino aparece así como el efecto de la repetición ritualizada de normas de género que la performance, como instancia pública y visible, vendrá a revelar de manera consciente. Sin duda una de las más memorables será la performance Cock and Cunt Play en la que los cuerpos de Faith Wilding y Janice Lester han tomado, como por metonimia, la forma de genitales masculinos y femeninos respectivamente. Lo interesante de esta pieza es la crítica, no ya del género, sino del sexo y de la sexualidad en términos de performance, anunciando el trabajo deconstructivo que más tarde llevará a cabo la artista y actriz porno Annie Sprinkle.
Las prácticas artísticas y políticas performativas no encuentran su lugar propio en el cuerpo individual, sino que son siempre una transformación de los límites entre el espacio privado y el espacio público. La performance es siempre y en todo caso creación de un espacio político. En la Woman House Project, por ejemplo, se tratará de una publicitación14 del espacio doméstico constituyendo así no sólo una crítica de la relación entre cuerpo, sexualidad y domesticidad, sino, y sobre todo, una crítica de las instituciones museísticas. El problema será cómo reconstruir esta historia performativa del feminismo desde la historiografía clásica que privilegia al artista individual y a la obra, pasando por alto la producción colectiva y la transformación del espacio político.



lunes, 23 de mayo de 2011

Pinceladas Teóricas

La teoría feminista de los años setenta se ha identificado como feminismo esencialista, como afirma Patricia Mayayo, “las artistas defendían la existencia de una identidad femenina esencial y común a todas las mujeres, susceptible de ser recuperada a través de un arte basado en la experiencia”. Durante la década de los ochenta el feminismo no se entendió como una dicotomía sino que siguiendo las teorías de autores postestructuralistas, intentaban tirar por tierra aquellos roles estereotipados de masculinidad y feminidad ya que cada sujeto tendría su propia identidad. A finales de la década de los ochenta, las teorías feministas seguían ancladas en conceptos de diferencia e identidad, había que cambiar el discurso ya que el fin primordial de las primeras oleadas feministas era conseguir salir de la opresión a la que las mujeres estaban sometidas aunque sin llegar a descomponer el sistema de relaciones sociales en el diálogo irreconciliable entre lo masculino y lo femenino. Las miradas se vuelven ahora hacia el otro, el otro sexual o racial, entra en juego la noción de género dando lugar a nuevos estudios y al nacimiento de multitud de colectivos; Estudios Culturales, Estudios de Género, Queer, etc.
En las diferentes esferas del mundo contemporáneo podemos advertir el protagonismo que ha alcanzado el cuerpo, sin ninguna duda el cuerpo se encuentra en el epicentro de los debates y de la lucha política sobre identidad sexual y de género, en las críticas de la sociedad hechas a las violaciones, a las minas anti-persona o en las denuncias contra el inhumano acto de la lapidación. También en las metas estéticas pertenecientes a la cultura consumista y al bombardeo de imágenes. El uso del cuerpo en el arte es casi siempre a través de su representación, a excepción del body art, en el que el propio cuerpo del artista se convierte en su lugar de trabajo. Ese rincón sobre el que acomodamos nuestras ropas, nuestros vestidos y el que ha servido como soporte a muchos artistas; el cuerpo habla, baila, se viste, desviste, transmite, fluye, se ausenta y es por ello que ha sido una referencia fundamental en los discursos artísticos desde sus comienzos.
Quizás es la performance la disciplina que mejor se adapta a los presupuestos del cuerpo como lugar de prácticas artísticas donde se proyectan a su vez discursos críticos. No me refiero únicamente a la performance como acto en el que se crea una acción, hablo aquí de la performance como un lenguaje que hace uso del cuerpo tanto presente como ausente puesto que las artistas que analizaré más detenidamente junto a las obras seleccionadas de las mismas, no sólo se mueven en el terreno de la performance como tal.